Periodismo Colectivo
Imponderabiliamagazine
El sol arrecia; jóvenes, maestros, curiosos y un sinfín de periodistas, se congregan en las Islas de Ciudad Universitaria. Y es que el viernes 15 de abril a las 10:30 daría inicio el concierto para celebrar los 75 años de la Orquesta Filarmónica de la Universidad Nacional Autónoma de México (OFUNAM); se dieron quince minutos para que las personas se acercaran al evento, mientras los organizadores regalaban viseras de cartón armables.
Los músicos toman sus respectivos asientos, de un lado los violines, trompetas; del otro contrabajos, y las percusiones atrás; todos preparados, expectantes a la entrada del director asistente, Rodrigo Macías. Entra con batuta en mano, se inclina ante el público; algunos sorprendidos pues no saben lo que está a punto de dar inicio, pero todos aplauden y como sí el director con sus movimientos dirigiera “todo” el público guarda silencio. Algunos sacan sus celulares para tomar videos, a cada instante se acercan más, algunos apurados pues ya se les ha hecho tarde; Macías ya está interpretando FanfarriUNAM, de Eduardo Angulo. La música comienza a escaparse, a perderse en los rayos del sol, que parece furioso pues a cada instante se incrementa el calor.
Perros silenciosos, que fueron llevados por sus amos también se deleitan. No ladran. La obra de Angulo comienza a ensalzar el sentimiento de orgullo en los presentes. El último movimiento, que son dos, uno para que la orquesta termine y el otro para los aplausos del público. Palmas estrelladas entre sí, en un principio mecanizadas. Después ya serán respuestas naturales, no automatizadas.
Un tío blanco, de tez con tintes de menonita, Sebastian Kwapisz, un nombre de extraña pronunciación. Parece extranjero, pero es muy mexicano. Inicia su solo con Vivaldi y su Primavera. Sebastian que por su padre tiene un gusto en la música y por su madre en las estrellas. –El universo produce música- comenta después de haber tocado junto a la OFUNAM. Recuerda a Holst con sus planetas. Su esposa de tez afable, está entre el público, hasta que su Kwaspisz termina se acerca a la carpa puesta principalmente para los integrantes de la orquesta. –Es un orgullo verlo tocar, siempre- Con una sonrisa inevitable. En su vida juntos la música siempre está ahí, en todo lo que hacen. Ella no ve a su pareja como alguien inalcanzable, ni solemne. –Es como cualquier otra persona-.
Sebastian se encarga de disfrutar la melodía, cierra los ojos, al igual que su amigo Macías. Los cierra, para sentir el alma de Vivaldi más cerca.
Algunos padres llevan a sus hijos, a ellos les regalan unos globos, que tienen escrito: Soy Fan OFUNAM. Algunos tienen la imagen de Beethoven, Bach y Mozart, a lo pop, muy a lo Andy Warhol.
La dirección de los brazos, dan las indicaciones, todos los instrumentos a Macías para que les dé entrada. Los allegros son siempre jocosos, el ritmo va creciendo paulatinamente como el orgasmo masculino, y después desciende. La obra completa de la mayoría de los compositores, es más como una mujer, manteniéndose, expectante; esperando el instante para embestir con fuerza necesaria para atacar la psique.
Tonos mexicanos brotan de los instrumentos, las percusiones tienen su instante de mayor brillantez. El ritmo se incrementa por momentos. La Suite México 1910 brota mágicamente y se fusiona con el calor. El sonido se pierde en la luz. Ritmos conocidos, hacen que las personas marquen el compás con los pies. La energía se anima. La música recuerda a un Porfirio Díaz, a caballo, y como la sombra o luz (depende de los ideales) de la revolución se va acercando. Un -¡Viva México! ¡Viva México!- No cantado, pero marcado por la melodía. Termina con una parte del himno nacional, sólo un pedacito. Los más patrióticos sienten el nudo en la garganta.
Los vochos de la vigilancia UNAM se acercan, buscan quien no lo esté pasando bien. El conductor del auto se pierde en una chica, está viendo las flores de su vestido, se distrae por un segundo. Sigue su camino. Es cuando sube al escenario José Luis Ordoñez, tenor spinto, lo reciben con aplausos. Aguarda unos instantes, Rodrigo da los primeros movimientos. José embiste con potencia en su voz –Cooomo espuma que inerte…- Un vozarrón, que roba la atención del público. Quienes por segundos inquietantes no reproducen sonido, miran al tenor. Con expectación. Y cuando termina, una voz tan diferente emana de Ordoñez, un sonido extraño, más tranquilo.
Sol extremoso, que sigue ahí. Silencio. Los contrabajos y violines atacan. Los movimientos de Macías son arriesgados, el tenor también mueve sus manos, y cierra los ojos, los dos sienten la música. –Un pedazo de cielo tendré- los movimientos de la diestra de Ordoñez conduce el sonido de su voz, la melodía brota. Dime que sí, de Alfonso Esparza Oteo, que sienten tanto el director de la orquesta como el tenor. –Te dareeeeeé- Así concluye la canción. Los aplausos bien merecidos. Gritos agitados, una gran masa clamada por la música. –Wuuhh- se escucha al unísono. Mientras los alumnos disfrutaban de su concierto, extrañeza que en México se suelen dar, hubo otro concierto en rectoría. Por las votaciones de Sindical Incluyente (SI), pero allá fue a ritmo de charanga y cumbias. Otros tonos, otros colores, otros conciertos.
Y sin embargo, el ambiente de gozo y jocosidad medra, más personas llegan, el caminar se hace más difícil, todos desean ser parte de la fiesta de la OFUNAM. El calor no le impide nadie celebrar, hay quienes se equiparon con una confiable sombrilla. La música no es individual, no es solemne; el solista invita al público a integrarse con el último tema que cantará. –Guanajuato- con sólo pronunciar el público se sintió integrado. -¡Viva México!- Macías abre los brazos, y siente como la música lo conduce un –chun tan tan, chun tan tan- pero en orquesta, un tema tan mexicano. José Luis cierra los ojos. En la oscuridad mental, comienzan a aparecer letras, unas letras con ritmo, con sabor, melancólicas. –Noooo vale nada la vida, la vida noooo vale nada…- y por unos instantes es como ver a todos en una cantina, abrazados, llorando por mal de amores. Se echa un pilón del pecho. -¡Haaaay Jalisco, no te rajes!- la emoción de todos no hacía más que crecer. Así fue la despedida del solista, -¡Arriba la UNAM señores, sí señor!- sale del escenario, las personas vitorean, quieren más, más música. Fue cuando Macías ya se había puesto su playera de “Soy Fan OFUNAM”.
Aguarda unos instantes. Ve al público y con un movimiento pide silencio, la sutileza, el suave ascender del Bolero, de Maurice Ravel, entra en escena. Movimientos menos frenéticos, la masa amorfa de personas se calma, los ánimos se sosiegan. Los violinistas toman a sus instrumentos como guitarras. Sólo marcan dos compases. El ritmo crece, colocan los violines sobre los hombros, todo vuelve a ser como debe. Macías descansa sus brazos, los deja más laxos. Las pupilas por instantes se cierran, pero no pierde de vista las partituras. Sus manos libres son la única batuta, da entrada a los instrumentos con sus falanges. Sus brazos en sincronía con la melodía. Termina con sutileza. El público se descontrola, clama –otra, otra, otra- una última de descontrol de bailongo.
-Lo que necesitan es bailar ¿verdad? Okay, vamos a bailar- Con estas palabras se dio inicio al baile. Un mambo, con sabor latino, los gritos incrementaban. Eduardo Gamboa se siente en las islas. Personas bailando, unos sobre su propio eje, sólo mueven sus brazos. Un tipo con chinos le baila a la bocina, le baila a la música misma. A la lejanía se escuchan los juegos pirotécnicos, hasta un cometa se acerca, sin rumbo fijo; las nubes se mueven.. Algunas parejas de ancianos se toman de la mano e intentan bailar. Risas por doquier. Unas chicas intentan hacer una serpiente, pero se disuelve rápidamente. Las trompetas truenan, tienen su solo. Invitan a hacer olas, una descontrolada fiesta. –Papasote, ooooo- gritan algunas señoras. Como todo un rockstar Rodrigo Macías se quita la playera del evento, la arroja al público. Y al unísono -¡Goya, Goya, cachun, cachun, rra, rra, Goya, Universidad!- así concluye el evento.
Ya el evento concluido, las personas se dispersan, y en las islas ya sólo quedan los vestigios, la basura, un montón de basura. Hasta el rector narro se dio una vuelta por el evento, pero no asistió como personalidad, como público, y algunos le pidieron la foto. Al igual Ely Guerra que fue a saludar a su amigo Rodrigo Macías. Más que un cumpleaños para la OFUNAM fue una remembranza a la música.
Voz Humilde
Oculto en la sombra que proporcionaba una carpa puesta para los músicos. Con agua embotellada en su diestra, una sonrisa acogedora, su pelo ligeramente despeinado. Diversos sujetos se le acercan para saludarlo y felicitarlo por su presentación. José Luis Ordoñez, que disfruta cada presentación y recibe a todo el que se le acerca le ofrece su sonrisa. Vestido de manera formal pero casual, por la falta de corbata. Da algunos tragos a su agua, para calmar el calor que le produce el sol y el calor interno de cantar.
-Llevar a los estudiantes, la música que nos representa, se ve en las reacciones de las personas- comenta Ordóñez con respecto al evento en el que su interpretación recuerda a un Pedro Infante o Jorge Negrete. Y aunque en ocasiones cerraba los ojos para que la música fluyera, se daba un tiempo para observar las reacciones de la audiencia. –La gente empezó a alegrarse, las canciones nos identifican como pueblo, ahí estuvo el sentir del pueblo- comenta con voz grave, pero amistosa.
Aunque estudio mercadotecnia siempre ha estado cerca de las armonías, interpretaciones como Madama Butterfly, de Puccini y 9ª Sinfonía, de Beethoven; se encuentran en sus favorita. –La música es mi vida, para eso fui creado- su verdadera vocación hizo énfasis en su existencia. Cuando habla de música su alegría aumenta. Vuelca su conocimiento de diversas óperas que se han creado –La diferencia en las óperas de Europa y América, es cultural, pero aún así conserva su universalidad- cuando llega una maestra con un hilo de voz, y José Luis no la ignora, la señora lo felicita, con un sonido apenas audible. Una cicatriz antigua recorre su cuello. Le hace una invitación a la Asociación de Jubilados de la Educación. Y al final le pide un autógrafo. Desea que Dios lo bendiga.
También habla de la música contemporánea en México, hace énfasis en lo joven que es Rodrigo Macías, de los compositores jóvenes, como Arturo Márquez con sus danzones. Daniel Catan quien Ordóñez comenta murió en el pináculo de su carrera. –Todos los nuevos compositores son muy simpáticos- después hace referencia al jubilo que le causa ver a los chavos resistir el sol es algo maravilloso. Se siente complacido con el público, y el interés.
Les hace una invitación a la juventud – Que se atrevan a echarse un clavado en la música universal; la vida es muy corta deben investigar sí les gusta- para él la música ya no la define como clásica sino como la música universal, que es de toda la humanidad. Si algún día quisiera cantar todas las óperas existentes plática –Tendría que ser toda una vida y no alcanzaría, somos un suspiro-.
Recorre la carpa de los artistas, cualquier desperfecto ella trata de atenderlo, Clementina del Águila, quien ocupa el cargo de gerente de operaciones de la OFUNAM. Está cerca de los artistas, organiza a los técnicos para que fuese posible el evento en las islas, y sin embargo desde su punto de vista, la participación fue menos que el año pasado. –Es una gran labor, armar un support donde quepa toda la orquesta y que se escuche bien- para ella que el evento salga bien es un alivio, y no sólo basta con crear el espacio, también se trata de promoción. Pero su ánimo no decae –Todo esto es muy padre- el gusto por la música y el estar cerca de los artistas es lo que le gusta de su trabajo. Personas cercanas a la orquesta se acercan a saludarla.
Tiene ya 20 años trabajando para la UNAM, en un principio se encargaba sólo de los directores huéspedes y los solistas, los atendía. –Iba por ellos al aeropuerto y tenía que ver que se sintieran cómodos- rememora a los antiguos directores, Jesús Medina allá por lo 90’s, a Ronald Zollman, Zuohang Chen por cuatro años, hasta ahora con Alun Francis. Y algunos de los músicos que más hicieron énfasis en su vida, Horacio Gutiérrez, pianista –de él me acuerdo, o es le primero que me viene a la mente, siempre estudiando, no descansaba- así es su vida, arreglando que los conciertos sean perfectos. Ella es una de los tantos encargados para que todos los espectáculos sean excelentes.
También atrás, escondido en la sombra se encuentra Miguel Castañeda, uno de los encargados de recoger el escenario, y llevar todo de regreso a la Sala Netzahualcóyotl. El se encarga de colocar los atriles –cada sección la ordenamos, ponemos los instrumentos en su lugar- aunque trabaja poco para la OFUNAm, tan sólo cinco años, ha aprendido a disfrutar la música. –Es una maravilla, es formidable, atender las necesidades de los artistas es excepcional- comenta con alegría. Cualquiera puede acercarse a la música y sensibilizarse, -a uno le va gustando, aunque no sepa de música, también empieza a conocer los instrumentos- no sólo el trabajo de los artistas es el que trasciende, también quienes trabajan atrás y cuidan los instrumentos.
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