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Eljuri y Rana

Estudiantes y personas externas a la Facultad de Estudios Superiores (FES) Aragón, aguardan fuera del “Elefante Blanco”, a las 18:00 hrs, del día 6 de abril, atentos para que dejaran entrar al Auditorio José Vasconcelos.

Como parte de sus festejos de su XXXV Aniversario de dicha escuela, fueron invitados Cecilia Villar Eljuri y Rana Santacruz, en el marco del Festival Internacional de Rock Mestizo “Vive fiesta Lat Indie”. Las puertas para el ingreso se abren y aunque en un principio fueron pocos lo que se establecieron en el lobby, la asistencia fue medrando. El llamado del rock.

Algunos se sientan en los bancos del vestíbulo, la música ya no puede esperar más y se cuela, las pruebas de sonido aún no concluyen. Los murmullos de los que llegan temprano están ahí, especulan, los ruidos que más tarde se convertirán en melodías, están ahí. Todo tipo de personas convergen aquí, el muchacho que vuelca su atención en los libros, que viene al concierto para des-estresarse; el que intenta impresionar a su dama con su guitarra, mostrando su maestría con el instrumento. Una voz de hombre poco clara se escapa del auditorio y llega al lobby; un requinto de jarana se asoma, lejano, pero jocoso.

 El tiempo transcurre lento y seguro, a las 18:15 horas, llegan más personas, ya se convierte en una masa amorfa de colores y clases, las generaciones se convierten en sólo una, maestros y alumnos olvidan sus diferencias. El espacio se vuelve más pequeño, los susurros crecen. Todos los sonidos se funden, se mezclan con la voz y la música que logra pasar la puerta de madera con cristales que divide el vestíbulo del auditorio, solo ésa pequeña y transparente puerta. El ritmo latino es capaz de atravesar, y llega a esa mezcla deforme de personas tan particulares, los ánimos se apaciguan; algunos hasta sienten el inevitable sentimiento de moverse, un escozor en el alma. Y el sonido de una trompeta aumenta el sabor, una ricura extravagante.

Después de 10 minutos, la prueba de sonido cesó, ahora ya era real, tocar para el auditorio. El encargado de las luces, empezó a jugar con ellas, como si fuese para un grupo pop, tonos incongruentes, rojos, azules, rosas por instantes, muy poco acorde al Mariachi Irlandés el concepto musical que maneja Rana Santacruz. Instrumentos como el banjo, jarana, acordeón, contrabajo, trompetas, guitarras, batería, y hasta un violín; todos en conjunto forman parte del rock mestizo. Con influencias como Paté de Fuá, The Pogues, Tom Waits y hasta literatura de Gabriel García Márquez.

Cada una de sus canciones cuenta una historia. Rana toma su acordeón, el juego de luces bizarras comienza, tocando Tacho el Gacho, que cuenta la historia de un Don Juan que va de pueblo en pueblo conquistando mujeres y los hombres lo buscaban para matarlo; en el que al final es la mujer quien le enseña la lección. El violín brilla, ya no es un violín solmene y clásico, sino uno a todo color; el requinte del banjo le da un sabor a folk, mientras las trompetas sacan lo latino. Una extraña idea de las trompetas con música latina. Una fusión de instrumentos que buscan nuevas historias y ritmos.

Aplausos. –Huuuu, wuuu, pa pa pa, silbidos- el auditorio pedía más. El tiempo parecía desaparecer. Un requintillo de jarana comienza, las guitarras le siguen, tranquilas. Mientras los demás instrumentos sutilmente hacen su aparición. La batería marca el rock, los golpes duros y precisos. Una voz femenina entra en escena, que por instantes logra vencer a Santacruz, la única mujer completa en los coros, tiene que permanecer atrás, pero por instantes desea sobresalir, estar más allá. Con una voz melancólica ahora por ese deseo de encontrarse con su “Cajita de Barro” que está siempre ahí para consolarle.

-Nos sentimos muy a gusto tocando aquí en la FES, al principio no los vi muy participativos- comenta Rana Santacruz, después del concierto, con toda la agrupación en un camerino adaptado sólo con una cartulina. Cuando ya se escuchaba Eljuri de fondo –Pero después se pusieron, ¡A ladrar como deben!- Haciendo referencia al momento en que interpretaron Noche de perros y se haya pedido la participación público para que cantara. Una canción de despecho en donde el humillado es el hombre, Jhon Sutton, un tío blanco, extranjero, pero con un sabor latino, extraño;  el encargado del contrabajo, era quien daba la orden a la concurrencia de cuándo ladrar. Alaridos, perros sufriendo. Como el dolor del amante. Y las personas dejaron de serlo, por unos instantes se convirtieron en perros nobles –Aufff, Auuu, aaauuu- Kari Bethke quien tocaba el violín tuvo su solo; marcando con su pie derecho un taconazo, repetido una y otra vez. La voz de Rana se mueve rápido apenas audible para la razón, mas no para el instinto.

Como una lectura que recuperas de algunos días, horas o minutos. La historia de Tacho seguía, continuaba su funeral. Ahora la música es de azul pastel. El gran macho muere y todas sus enamoradas lo llevan a enterrar. Santacruz por unos instantes cierra los ojos y simplemente se deja llevar por la canción. En plena interpretación los guitarristas salen. Rana acaricia con delicadeza su acordeón. Termina de una manera más bien tierna, un buen final para todo un conquistador, así muere Tacho. Se lleva las palmas de nuevo, parecen aciertos sobre acierto. Se perturba por unos instantes hasta que mira al piso la hoja en donde tiene un programa.

Dos de los tres guitarristas vuelven para tocar un cover de Vicente Fernández “Chente”; la violinista toma posesión de la atención por unos instantes –De qué manera te olviiido- comienza el vocalista, y cada instrumento tiene su solo, en este momento se lucen; se hace una presentación formal de todo el conjunto. El baterista se echa su solo más bien jocoso, divertido. Rana hace una invitación a escuchar a Chente con mayor atención. Y cuando ya se preparan para irse, las palmas, los estudiantes ya sólo gritaban -¡Otra, otra, otra!- Y terminan con una historia de amor, “Guajolote y Pavorreal”, un poco de amor para sazonar el día. ¿Por qué no? Y se termina hasta las 19:12, el grupo de rock mestizo recoge sus instrumentos y sale de escena. Algunos estudiantes se retiran corriendo, presurosos a sus clases. La oscuridad se desvanece, los murmullos de nuevo se apoderan del lugar.

Una figura venusina, un mondadientes sensual, flaqueza que dan ganas de morder; y un gran cabello brincando de un lado para otro, inquieto, vivo como sí en cualquier instante se prepara a salir corriendo de la cabeza de Cecilia Eljuri.

La luz que le otorgan a ella es un rojo enfermo. Sus piernas enjutas, que parecen en cualquier momento romperse llevan el ritmo. Ella canta con un tonote extrañeza. Un tono amigable pero taciturno. Ya son sólo la guitarra, la batería y el bajo. El último instrumento lo tocaba un negro extraño, autómata, le hacía falta algo de sabor. Un negro En Paz como el disco de Eljuri.

El cabello medusiano de Cecilia se mueve salvaje, con mucha libertad. Acorde con los coros de su canción –Liberando, liberando, escapando, escapando- El negro como una cabeza de goma sólo mueve su cráneo, de izquierda a derecha sobre su propio eje. Cada canción la terminaba con un -¡Gracias!- sensual, pero flojo. El público sólo aplaudía. Deja mucho a la improvisación, Eljuri deja que sea la adrenalina que la lleve. En un instate cita a  Bob Marley –Get up, stand up, don’t give up the fight-. Los flashes resaltan en la penumbra. Un rock a la Antigua pues algunos espectadores sienten el deseo de moverse, complementar el concierto con el roll. Hasta que llega a su fin y el sonido pa pa pa ¡pa! Lo que todo artista busca, los aplausos.

-¡Viva México, vivan los estudiantes de FES Aragón, hay que cambiar al mundo paso a paso!- fueron las palabras de Cecilia. Ya se disponía a irse, pero el auditorio la detiene quieren una canción más. El negro ya parece un poco más vivo, como si despertase de un sueño; el sabor por fin lo ha alcanzado. Y el trío se descontrola; los cabellos de la volcalista parecen querer liberarse de la tierra, el baterista parece alucinado, golpeteando con las baquetas a una velocidad que medra. Y cuando llega a su final se toman de la mano y se despiden. Después de unos instantes Eljuri baja del escenario para convivir con los estudiantes y trabajadores de la FES Aragón.

Un rostro jovial, aunque ya cansado, el rock le ha chupado la vida. Con su acento engañoso colombiano. Resulta ser de Ecuador. Cecilia Villar Eljuri, de ascendencia libanesa y española. Trae un mensaje de unión, de paz; es por eso que prefiere tocar para la juventud.

        De trato afable, respeta las diferencias internacionales –El mundo necesita un reajuste; tiene que existir una voz unida, Egipto es el claro ejemplo- Y usa su música para llegar a la psique de las personas. Para el sábado que tocaría en el Vive latino, espera encontrar el concepto original del Vive. Que no sea tan comercial. Busca llegarle al otro –cada cambio inicia con una persona-, y es lo que hizo en el “Elefante Blanco”, cambió sus entrañas, los que asistieron han aprendido más.